He dejado mi sombra en la pradera
que linda con el bosque milenario,
y las hojas doradas, cual sudario,
cubrirán mi perdida primavera.
He plantado mi cuerpo en la ribera
de un caudal que desciende del calvario,
allí escribí con fuego, un poemario,
que volver a leerlo no quisiera.
Y al corazón y el alma en arrebato
he dejado vagar en lo infinito,
para que allí se exhiban sin recato.
Mi lápida esculpida en el granito
evocará mi vida sin boato,
y rezará: «En su vida fue, exquisito”.