Miguel Hernández

Alientos del Segura le arrullaron.
Con la fiebre del verso, ya en la cuna
la humildad de su vida fue fortuna
donde monte y cencerros le inspiraron.

Vientos de guerra. el sueño apuñalaron
transformando en cañón la voz de luna.
Y de rosas -su tallo- una por una,
en rejas de un penal, se transformaron.

Y el poeta se abrió en su oscuridad
cantándole a su patria sus amores.
Enfermando de amor por la verdad.

El toro que evocaba en sus dolores
le embistió el corazón, y por piedad,
trocó su triste pesadumbre en flores.