Hoy mi amor, escuché cantar al viento.
Pero el aliento de su voz quemaba
con las lenguas de fuego que lanzaba.
¡Fue un canto que al final se hizo lamento!
Con su voz describía en modo lento
el gemir que la gente susurraba,
y un ángel, con presteza, lo limpiaba
sin dejar ni una coma del tormento.
Así, el tiempo, que hasta al silencio anula,
pinta blancas camelias en las sienes,
y en ellas, una nueva musa ulula
con un cántico pesado e insistente
que en mi pecho reposa entre badenes.
Y yo, sigo escribiendo tercamente.