Veo pasar las horas inclementes
que a mi vida consumen sin respeto
y me dejan del tiempo, el esqueleto,
secando de mi río los afluentes.
Y en mi corazón leones rugientes
me gritan con un ímpetu concreto,
que escriba con amor este soneto
sin palabras airadas o insolentes,
porque dicen que somos hojas muertas
que van resbalando en la corriente
para acabar de un mar bravo a las puertas.
Y como peregrino penitente,
vamos por los caminos dando vueltas
sin que pare el reloj, siempre inclemente.