He bebido la sangre de la tierra
que corre entre eucaliptos y rocalla,
y he sentido el fragor de la batalla
de un castillo escondido en plena sierra.
He respirado el aire que se aferra
a las plantas que cubren su muralla,
y he admirado, de roca, una pantalla
testigo y parapeto de su guerra.
He bebido salud. Bebí la vida
fluyente de esta madre apasionada
que nos muestra su entraña dolorida.
Y he gozado, de forma despiadada,
la bondad de la nieve derretida
que desciende de la Sierra Nevada.