Fue el cardo de la vida sin piedad
que hirió mi delicada flor del sueño.
Desgarrando mis tules con desdeño
me mostró la cruda realidad.
Al despertar mi tierna pubertad
luché por altas metas con empeño;
y en un mundo tan grande, cual pequeño,
no pude concertar con la igualdad.
Y hoy inclino, llorando todavía,
la cabeza en mi pecho con dolor
al recordar la flor que antes tenía.
Que el tiempo nunca trata con amor
los sueños, la belleza o la armonía,
pero es pródigo en cardos de dolor.