Dejadme allí, junto a la mar bravía,
que ella será quien lave mis pecados,
y morderán sus dientes nacarados
la fuente en que mana mi poesía.
Llevadme a sus confines donde el día
recita sus hermosos pareados.
Dejad que sus acordes reposados
inunden mis entrañas de alegría.
Y allí, donde se funden los albores
con el llanto del agua encadenada,
dormirán mis angustias y dolores.
Y que la flor de mi vida, extenuada
de vagar por el mundo sin amores,
decore el dulce lecho y su almohada.