A orillas del mar pescaba. Y pescando
con la caña, el sedal lejos tiraba.
Y fue que una ola en su vaivén jugaba
con el cebo, sobre la mar nadando.
Lejos lo echó, pero se fue acercando,
y en la arena sin presa reposaba.
¡Pobre gancho el que nada pilla o traba!
Y los peces, allí, andaban bailando.
Triste vida del que en su desatino
se aprisiona en los vaivenes de una ola,
privado de elegir su propio sino.
Mejor es, que aún siendo por la cola,
el pescador lo atrape, y con buen vino,
lo dore en su caliente cacerola.