Fue en la ribera de tu boca, amor,
donde mi alba vertió su luz primera,
haciendo despuntar mi primavera
entre puro deseo y loco ardor.
Fue de tus labios que comí esa flor
cuyo efluvio inundó mi vida entera.
Puro arroyo, sin pausa y sin espera
donde probé las aguas del candor.
Y una rosa de luna sin espino
matizó con las flores de un jazmín,
la frente de tu amante peregrino,
con el cierto candor de un serafín,
que postrado a los pies de un Dios Divino
pudiera estar gozando amor sin fin.