Ataviada de rosas y cristales
se despertó mi luz a la alborada.
Y eran sus labios frescos manantiales
en mi boca sedienta ¡Enamorada!
Un lujo de matices celestiales.
El mimo de su brazo en mi almohada.
Y sus pechos, cual flores de jarales,
desprendían amor a bocanada.
Siguieron los efluvios de mi amor
los caminos ocultos de su cuerpo
como el dulce cordero a su pastor.
Y el cerezo guardó nuestro secreto,
escribiendo en sus pétalos rosados
un romance, tan dulce como escueto.