Ni los caudales del moro,
ni la gema más valiosa,
será jamás más preciosa
para mí, que tu decoro.
Que ante los cuernos de un toro
yo sería poca cosa,
si tú perdieras tu rosa
y este amor que te atesoro.
Tú eres mi caudal, mi guía,
y ese preciado palacio
cobijo de mi alegría.
Y yo, te amaré despacio,
hasta que mi último día,
parezca, solo el prefacio.