El fin de una encina

(Soneto al desamparo)

En la loma turgente donde moran
las encinas, -ya viejas y aguerridas,-
sin médico que cure sus heridas
se lamen sus resinas cuando lloran.

El camino, que siempre perezoso
y sin rubor, pretende el firmamento,
es el dedo de un dios, que con portento,
las toca con un gesto primoroso.

Y el rayo puntiagudo que señala
al sitio donde empezará el infierno,
sin pensarlo dos veces, tira el dardo.

En tanto, Lucifer levanta un ala,
y con gesto malévolo de averno,
lo avienta, y lo consume sin reguardo.