Siento envidia de tu sutil belleza.
Tu serena modestia me arrebata.
Y aunque la inclemencia te maltrata,
eres reina de singular belleza.
Mi corazón elogia tu grandeza
natural en la estepa hostil e ingrata.
De la historia y del campo eres beata
por Cristo haber loado tu belleza.
Concédeme la gracia de mimarte
y proteger tu imagen soñadora,
sabiendo que el rigor ha de matarte.
Tornarás tú, cual milagro que aflora
en primavera, y yo, he de venerarte,
mientras dure tu flor cautivadora.